miércoles, 30 de mayo de 2012

¿QUIÉN DEBE GOBERNAR?


Esta es una de las preguntas más frecuentes que nos hacemos los españoles cuando las cosas en nuestro país no van como deberían ir.
Uno de los objetivos más importantes que llevamos persiguiendo los españoles desde hace unos años es intentar encontrar aquel gobierno que actúe bajo los principios de igualdad y justicia y que garantice el bienestar común de los ciudadanos por encima de cualquier otra consideración como pueda ser favorecer a una clase social determinada o acabar con los enemigos políticos.
El pueblo es el que debe tomar las decisiones y elegir a sus representantes. Los ciudadanos deben ser los encargados de decidir quienes han de dirigir el gobierno de cada país. 
La democracia griega se caracterizaba por ser una democracia directa en la que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley y todos tenían derecho a hablar en la asamblea. Se trataba de una democracia excluyente y restrictiva en cuanto a la concesión de la ciudadanía, ya que ni las mujeres, ni los eslavos ni los extranjeros residentes desde largo tiempo podían votar.
Sin embargo, en las democracias modernas son los ciudadanos los que se encargan de elegir a sus representantes a través de unas elecciones periódicas. Son los representantes los que pueden debatir sobre las leyes e influir directamente sobre las decisiones políticas. Los ciudadanos que constituyen las democracias modernas tienen derecho a votar, pero no pueden influir directamente sobre las leyes. Por eso nuestra democracia es una democracia indirecta.
Se supone que nuestros representantes políticos deberían ser personas bastante cualificadas que se hiciesen cargo del gobierno de un país y que ejerciesen una influencia sobre el modo en que una sociedad es regida, por medio de conocimientos sobre las dinámicas sociales y el ejercicio del poder.
Lo cierto es que la falta de desconfianza en el poder pone en riesgo nuestra propia libertad y nos coloca a un paso del dilema de la libertad - que Platón planteó muchos siglos atrás - en cuando que una mayoría podría libremente someterse al gobierno de un tirano.
Lo que sucede en España desde hace unos años es que cuando los gobernantes se alzan con el poder, no se dedican más que a otorgar ventajas y privilegios a los de su clase.
España está pasando por una crisis económica actualmente. Comparando el gobierno español con los gobiernos de otros países, se pueden establecer algunas diferencias.
La canciller alemana Angela Merkel está consiguiendo que Alemania salga adelante gracias a su política económica y financiera. En cambio, en España, en lugar de progresar y mirar hacia delante, parece que estamos retrocediendo en el tiempo debido a los ajustes y a las medidas que se están llevando a cabo en diversos ámbitos como son la sanidad o la educación. Con las nuevas reformas aprobadas, en vez de crear más puestos de trabajo, lo único que se está consiguiendo es que se despidan cada vez a un mayor número de  personas de un modo más sencillo. 
Por lo tanto, mi respuesta a la pregunta ¿Quién debe gobernar? es que del gobierno de nuestro país se encargue aquel partido político que haga las cosas medianamente bien, es decir, que tenga en cuenta las propuestas de los ciudadanos, que garantice el bien común del pueblo y que tome las medidas adecuadas para solucionar los problemas que tiene nuestro país.

HABLEMOS DE JAPÓN



Debido al estudio de los distintos tipos de sociedades en la asignatura de filosofía, nos gustaría comentar el caso de Japón como sociedad homogénea. El concepto de “sociedad homogénea” no describe la forma de gobierno que hay en la misma, sino cómo es esta en el ámbito cultural y étnico (aunque está directamente relacionadas con su organización política).

Pero, ¿qué es una sociedad homogénea? Pues bien, como su nombre indica, es una sociedad en la que todos sus miembros son iguales: pertenecen a un mismo grupo racial, hablan un único idioma y comparten las mismas creencias y costumbres. Japón, que consta de unos 127.000.000 habitantes y casi el 99% procede de padres nipones, ha sido calificado por algunos autores como una sociedad de “mente de enjambre”. Esta noción de un “pensamiento colectivo” se fomenta desde la infancia, a través del sistema educativo. Los niños japoneses aprenden a base de repetir acciones y no se les permite la libre elección para pensar y actuar por sí mismos. Se le enseña que el bien colectivo está muy por encima del bien individual. Cuando son adultos se especializan en un trabajo con el que continuarán durante toda su vida, llegando a ser muy buenos en ello, pero también muy autómatas. Esta idea de seguir el camino marcado se refuerza debido a que la sociedad japonesa está mucho más jerarquizada que las occidentales, desde las relaciones familiares hasta las empresariales.  Cada persona ocupa un lugar en una gradación vertical y se le considera bueno si cumple con lo que se espera de él según su posición social. Por ello  existe una presión social en Japón bastante fuerte.

En teoría, todo ello minimiza la posibilidad de conflictos sociales internos de tipo racial, religioso, lingüístico, etc. La homogeneidad social es un tipo de utopía en la que todo apunta a eliminar las diferencias, a fin de evitar la envidia, fomentando la paz y armonía. Aunque creemos que en la práctica surgen algunas desventajas. En una sociedad homogénea, en la que todo y todos son iguales, se crea un  miedo a lo diferente y a la perdida de la identidad  nacional. Volviendo al ejemplo de Japón; los jóvenes han sufrido una intensa revolución fruto de la presión de la escuela, familia y un código de educación muy estricto. Así, algunos imitan a cultura occidental y su aspecto intenta ser similar al manga y al anime. Por otro lado, Japón posee en la actualidad un descenso de natalidad, siendo además uno de los países con más población longeva del mundo. Esto hace temer por la viabilidad de su sistema de pensiones y la disponibilidad en el futuro de  mano de obra suficiente

En respuesta a este problema, el gobierno ha elevado la edad de jubilación y ha reforzado las leyes contra la discriminación de las mujeres en el trabajo. Pero estas medidas chocan con la fuerte tradición que rige la sociedad japonesa. Como solución complementaria, las empresas  están solicitando que se bajen las barreras inmigratorias, para permitir la entrada de mano de obra no cualificada. Pero este proyecto está fuertemente cuestionado, porque terminaría con la  homogeneidad social, provocando (según los que defienden aquellos que se oponen a estas medidas)  inevitables roces sociales.